Mi pelo.
Me gusta mi pelo porque se puede atar —le dijo —. También me gusta que otros lo puedan acariciar, entro en estado de trance, y los conflictos adquieren el tamaño que merecen. Me gusta que se pueda cortar —le dijo mientras apoyaba la cabeza en su pecho—, a veces se daña mucho con la planchita, al cortarlo se cae todo lo que era pajoso y queda un pelo mucho más sano.
Me gusta mojarlo — se reía y le hacía vibrar la caja torácica—, sobre todo cuando me agarra la lluvia y no tengo paraguas. Camino y siento cómo se va humedecido de a poco el cráneo, la nuca y toda la espalda. A las chicas finas les da asco esa humedad, a mi me gusta sentir cuán fría está el agua. En las vacaciones me meto al mar, tanto tiempo como puedo, al salir se seca sólo con el sol. Si lo ves a contraluz, parece que su tono es rubio.
Me gusta teñirlo —él prendió un cigarrillo y la habitación se llenó de humo— pero nunca me decido qué color me queda bien, creo que es porque soy indecisa. No todos los colores le sientan bien a la gente, hay que tener cuidado: pueden resaltar mucho algunos rasgos.—él besó su grasosa cabellera y se dio cuenta que muchas de las descripciones sobre su cabello, coincidían con la relación que mantenían—.