-Pero hay algo que nunca podrá comprar: Un dinosaurio.

Como todas las tardes, voy al chino más cercano para comprar provisiones. Luego de recorrer las góndolas, con esa mirada perdida en los productos esenciales y la relación arbitraria con el precio, voy caminando decidido a pagar. Las cajas están llenas de mamás cansadas, y pendejos malcriados que piden a gritos todo lo que ven. Busco una caja más tranquila. Elijo conservar mi poca paciencia.

Me ubico en la que tiene un límite de diez artículos. La fila está llena pero avanzamos rápido. La mayoría somos hombres solos y una pareja de padres jóvenes que pasan los productos de a uno, mirando fijo el visor de la caja. Visten de una manera muy sencilla. Pispeo lo que llevan y caigo en que sólo  alcanzaría para un día o dos, con mucha esperanza.

Leche, pan, un paquete de arroz azúcar, yerba. Nada más. El nene que los acompaña, de unos 5 años, se abraza a la pierna de la madre mientras embolsa apurada. Por un momento se distrae con un perro callejero que entra por casualidad al local. El can va moviendo la cola absorto de la realidad en la que se encuentra, como si fuera un actor que sale a escena un día más para entretener a la gente. Y logra su cometido, se acerca al nene y se deja acariciar. Es un cachorro negro, de ojos marrones y mirada sumisa. El chico sonríe y se asusta, cuando el chino vocifera palabras que parecieran un estornudo. Golpea sus manos y acompaña al perro a la puerta corrediza.

El padre de la familia termina la transacción. Paga con unos billetes doblados y se toca los bolsillos traseros para verificar si no sobra algo más. La cajera es una chica de unos 24 años, que no se entiende bien si es un ser humano o la repetición constante de los mismos gestos, la transformaron en un robot. Recibe el pago y entrega dos caramelos como vuelto. Se dan las gracias mientras la madre pela el caramelo y se lo entrega al nene. Salen por la puerta corrediza, mientras el perro va saltando detrás de su familia.

Me distraigo pensando que en la vida hay dos grupos: los que viven y los que sobreviven. Aquellos que disfrutan de llenar changos con comida que se pudre en la heladera, que toman baños en jacuzzis, que le dan todos los gustos a pendejos caprichosos. Y los otros, los que compran por día lo necesario, para que la panza no haga ruido.

Ahora es mi turno de pagar. Me olvidé la sal otra vez.

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