Para lelo
D e la profunda desesperación, saldrán brotes de puro odio. Sonreís y mirás la calle satisfecha, el alba ya es susurro de un ronco vendedor ambulante: Alfajores alfajores! —grita— Almohadones, almohadones! —anhelas entre bostezos buscando la sube— “Es de mi profundo deber informarle que usted adeuda una mora de hace tantos años” El mismo discurso repetido todos los día en el auricular, frente a una pantalla carnívora, de espalda a una vieja ventana que nadie se anima a limpiar. La buena presencia, el tono amable, la seriedad mal aprendida y toda esa boludes para mantener el puesto de trabajo. La cosa es así: mientras más te esfuerces por mantenerte sería más ganas me dan de hacerte reír. Las luces brillantes de un microcentro nocturno develan un caldo de perversidades a punto de hervir. “¿Será ese el colectivo que me lleve a casa? ¿Será está la vida que me elige para el resto de mis días?” Pensas. Hasta donde sé querías ser abogada, pero un día los libros se volvieron insípi...