Estampitas (Relato)
El día está con una rara sensación de humedad en el ambiente. Las nubes cubren un cielo azul, ya olvidado, y pintan la ciudad de gris. Abarrotada sobre el anden la gente espera al Belgrano norte(el rojito). Subimos como cualquier día, buscando comodidad, mezclada con felicidad, en esa noble lucha por un asiento. Me dejo llevar por una corriente de empujones, hasta encontrar uno junto a la ventana. Si bien viajar en tren, es ver una película que todo los días cambia de personajes, hoy extraño escuchar música. La tecnología puede ser nuestra fiel amiga, pero siempre propensa al engaño. La batería del celular, que me banca todos los santos días, no cargó por no estar bien conectada al enchufe. Me quedé sin puteadas a esta altura para machacar mi bronca, pero como en tantas otras cosas de la vida, no me queda otra que aceptar mi inutilidad.
El tren arranca a horario, dejando atrás un tropel de corridas que ahora se transforman en pulmones agitados y rostros colorados por el esfuerzo. Se escucha un estrepitoso portazo en el vagón, seguido por el guarda que camina el tren, con rostro de seriedad que trasmite seguridad. Un grupo de chicas cadetes de la prefectura conversan entre ellas y se ríen sin pudor. El panchero, ofrece su manjar por todo el vagón y saluda a las chicas que responden educadamente. En el asiento vacío a mi derecha, se sienta una mujer joven que se dispone a almorzar. Miro por la ventana y me cuelgo pensando, pensando, pensando... Necesito mis auriculares, mi música
Un señor, intenta sobrevivir repartiendo estampitas. Está con cara de cansado, la suciedad se hace evidente en su ropa. Lleva una campera que en alguna época fue marrón, teñida por una suciedad de color negro, que desgasta el color original de fondo.Hoy sirve de abrigo y es lo importante. El pantalón no se encuentra en una situación mejor que la campera, se nota arapiento a la altura de la botamanga. Sus pies están cubiertos por unos zapatos, que no podría decir las veces que fueron emparchados. Su cara al igual que sus manos, están sucias. Suciedad de días o semanas. Un gorro de lana negro cubre sus orejas.
Paso tras paso, este señor se choca con la indiferencia de la gente que elige no verlo, ni siquiera hablarle. Es un ente que deambula en el vagón. Sus estampitas tienen una recepción casi nula, cuando consigue que alguien las tome es porque esta medio dormido y se topa con esa situación de golpe. Consigue a penas unas monedas, luego de alzar su voz y anunciar que se encuentra en situación de calle.
A lo lejos se comienza a escuchar una melodía, muy similar a la guitarra de jimi hendrix. Es un guitarrista de la calle, que se aventuró a subir al tren con su equipo y su guitarra eléctrica. Su música irrumpe en el ambiente del viaje de una forma pacífica, sin perturbar la tranquilidad de un día nublado. Toca clásicos de rock. Se concentra como si diera un show en la bombonera. Ejecuta las notas con una aptitud destacada. La rompe. Es el tipo de talento que se le escapo a marcelo hugo. El señor de las estampitas se acerca a su lado a disfrutar, al igual que lo estábamos haciendo todos, de ese talento. Toca una de creedence, el señor sonríe y mueve la cabeza hacia los costados; intenta un aplauso al ritmo de la música para acompañar. Pareciera que en ese momento se olvidó de todo. De que estaba intentando ganar unos mangos, de que su situación no era la mejor, de que la vida había sido muy dura con él. Se acordó de la época donde este tema era clásico, de su juventud, de los amigos que no están, de los boliches a los que fue, de la felicidad. Yo miraba desde mi rincón y veía magia. Con una guitarra y un amplificador se estaba haciendo magia. El señor de las estampitas se reía y aplaudía. Pensé que no merecía todo lo que tenía, era mucho para mí. Por un momento él y yo, éramos lo mismo; Ambos solo buscabamos un poco de música.
El tren arranca a horario, dejando atrás un tropel de corridas que ahora se transforman en pulmones agitados y rostros colorados por el esfuerzo. Se escucha un estrepitoso portazo en el vagón, seguido por el guarda que camina el tren, con rostro de seriedad que trasmite seguridad. Un grupo de chicas cadetes de la prefectura conversan entre ellas y se ríen sin pudor. El panchero, ofrece su manjar por todo el vagón y saluda a las chicas que responden educadamente. En el asiento vacío a mi derecha, se sienta una mujer joven que se dispone a almorzar. Miro por la ventana y me cuelgo pensando, pensando, pensando... Necesito mis auriculares, mi música
Un señor, intenta sobrevivir repartiendo estampitas. Está con cara de cansado, la suciedad se hace evidente en su ropa. Lleva una campera que en alguna época fue marrón, teñida por una suciedad de color negro, que desgasta el color original de fondo.Hoy sirve de abrigo y es lo importante. El pantalón no se encuentra en una situación mejor que la campera, se nota arapiento a la altura de la botamanga. Sus pies están cubiertos por unos zapatos, que no podría decir las veces que fueron emparchados. Su cara al igual que sus manos, están sucias. Suciedad de días o semanas. Un gorro de lana negro cubre sus orejas.
Paso tras paso, este señor se choca con la indiferencia de la gente que elige no verlo, ni siquiera hablarle. Es un ente que deambula en el vagón. Sus estampitas tienen una recepción casi nula, cuando consigue que alguien las tome es porque esta medio dormido y se topa con esa situación de golpe. Consigue a penas unas monedas, luego de alzar su voz y anunciar que se encuentra en situación de calle.
A lo lejos se comienza a escuchar una melodía, muy similar a la guitarra de jimi hendrix. Es un guitarrista de la calle, que se aventuró a subir al tren con su equipo y su guitarra eléctrica. Su música irrumpe en el ambiente del viaje de una forma pacífica, sin perturbar la tranquilidad de un día nublado. Toca clásicos de rock. Se concentra como si diera un show en la bombonera. Ejecuta las notas con una aptitud destacada. La rompe. Es el tipo de talento que se le escapo a marcelo hugo. El señor de las estampitas se acerca a su lado a disfrutar, al igual que lo estábamos haciendo todos, de ese talento. Toca una de creedence, el señor sonríe y mueve la cabeza hacia los costados; intenta un aplauso al ritmo de la música para acompañar. Pareciera que en ese momento se olvidó de todo. De que estaba intentando ganar unos mangos, de que su situación no era la mejor, de que la vida había sido muy dura con él. Se acordó de la época donde este tema era clásico, de su juventud, de los amigos que no están, de los boliches a los que fue, de la felicidad. Yo miraba desde mi rincón y veía magia. Con una guitarra y un amplificador se estaba haciendo magia. El señor de las estampitas se reía y aplaudía. Pensé que no merecía todo lo que tenía, era mucho para mí. Por un momento él y yo, éramos lo mismo; Ambos solo buscabamos un poco de música.